Viñeta de Andrés Rábago, El Roto. |
Que me perdonen los fans de Gabo, pero el Periodismo ya no es «el mejor oficio del mundo» porque ya no es un oficio: el periodismo es una profesión. Mirar el Periodismo como oficio es un tópico que sobrevive gracias a la repetición de los veteranos –formados por maestros anteriores a la creación de los estudios universitarios de Periodismo–, un tópico alimentado por esa falsa idea de que «cualquiera tiempo pasado fue mejor».
El Periodismo era un oficio cuando se estudiaba en escuelas de Periodismo y, todavía antes, cuando se dedicaban a él las mejores plumas y los mejores testigos de cada época: los escritores, algunos con vocación juglar y aventurera y otros marcadamente intelectuales. Escribir, es verdad, siempre ha sido un oficio. Cuando el mundo era lo bastante sencillo como para que una inteligencia despierta con sentido común y sensibilidad humana y literaria diera buena cuenta de él, que un escritor oficiara de periodista era más que suficiente.
Así lo atestiguan autores como Mariano José de Larra (1809-1837), quien empezó Leyes y Medicina, abandonándolas pronto, pues no necesitó más formación universitaria para llegar a ser un buen periodista antes de cumplir 20 años. Azorín, Pio Baroja y Miguel de Unamuno, dos generaciones después y ya titulados universitarios, llevaron en 1908 una corona de flores a la tumba de Larra, significando que recogían y agradecían el legado de un escritor-periodista comprometido con los problemas de España. Los tres grandes del 98 –y muchos otros, como Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset– ejercieron y entendieron el Periodismo como un noble oficio al servicio de su pueblo. Pero entendieron, también, que el periodismo que necesitaba su mundo, el periodismo que ellos promovieron, ejercieron y demandaron, exigía ya una formación superior de carácter universitario.
A lo largo del siglo XX el mundo se ha hecho especialmente complejo y la sana preocupación por el hombre, el sentido común y la inteligencia brillante no son suficientes para comprender nuestra realidad y valorar cómo debemos enfrentarnos a los retos de nuestro tiempo. Precisamente porque ser un ciudadano espabilado que sabe juntar letras con gracia no es ya suficiente para ejercer como periodista, aparecen las Facultades de Periodismo.
Es verdad que esto coincide con la aparición de la prensa de masas, con un crecimiento exponencial de la demanda de mano de obra barata para llenar los contenidos de los medios de comunicación. Esa sobredemanda que ha llevado a producir y admitir periodistas poco cualificados y de bajo coste ha pesado más que la preocupación por cualificar profesionalmente a quienes delegamos la responsabilidad de ofrecernos una mirada valiosa, pertinente y veraz sobre la actualidad política y social. Creo que es sintomático que Aaron Sorkin diseñara la serie televisiva The Newsroom como un ejercicio de "éste es el periodismo que necesitamos"; y los personajes, temas y enfoques que aparecen en la serie no podrían sostenerse sin el a priori de la solidísima formación universitaria de sus protagonistas. Así traté de explicarlo en las notas que analizan diversas secuencias la serie publicadas en este mismo blog.
Insistir en el tópico del Periodismo como oficio, anclarnos en nostalgias del pasado y negarnos a reconocer que el periodista ha de tener una formación superior altamente cualificada son tres formas de frenar el desarrollo de una profesión, de un tipo de profesional, muy necesario en los tiempos que nos toca vivir. El periodismo ya no es el mejor oficio del mundo; pero está llamado a ser una difícil y apasionante profesión. Todos los que aún queremos comprender el mundo actual lo estamos deseando y esperando.
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