Imagen capturada de un vídeo de la serie Continuum, de Josué J. Ruíz, vídeo-artista e investigador en la UFV.
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El primero de los siete grandes sabios de la antigüedad griega sólo estaba interesado por los movimientos de los astros. Cuenta Gerardo Vidal Guzmán (en Retratos de la antigüedad griega, Rialp, 2006) que la madre de Tales intentó casarle en numerosas ocasiones. Durante años el griego puso como excusa «todavía es pronto». Cuando esa dejó de servir, utilizó otra: «Ya es tarde». Su formación y logros muestran que tuvo contacto con Egipto, donde aprendió geometría; y que viajó a Babilonia, de donde además de importar el uso de la Osa Menor como huella del Norte aprendió bastante astronomía. Los babilonios, no obstante, aún leían los astros bajo la clave de interpretar designios divinos (como el de la estrella a la que siguieron los magos hasta Belén). Tales fue el primero en estudiar los astros con mentalidad científica.
A él debemos el famoso «paso del mito al logos», realidad a la que estamos tan acostumbrados que ya no nos sorprende. Imaginemos lo que supuso. En el año 585 a. C. estaba anunciada una guerra entre Lidia y Media, pero cuando un eclipse de sol oscureció el que en breve sería un campo de batalla, los reyes de ambas ciudades decidieron retirarse, pues leyeron, asustados, en el eclipse, una señal de que los dioses no aprobaban la contienda. Tales había previsto y anunciado ese eclipse como un hecho puramente natural un año antes.
Pensamos en Tales como un experto en geometría y astros, y es cierto, pero su ingenio alcanzaba otros ámbitos. Fuentes griegas aseguran que formó parte del ejército de Creso y que las tropas de éste detuvieron su avance por la imposibilidad de cruzar el río Halis. Tales decidió cavar una honda zanja que dividió la cañada del río en dos, dejando al ejército en el centro de las dos vertientes. Como el cauce quedó reducido a la mitad, los soldados pudieron vadear el río sin dificultades.
Cuenta Platón en el Teeteto que un día de tantos en que Tales «estudiaba los astros, se cayó en un pozo, al mirar hacia arriba, y se dice que una esclava tracia, ingeniosa y simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía delante de sus pies». La joven no era esclava por casualidad, sino que su condición era verdaderamente simbólica. En el contexto griego, el esclavo es el incapaz de liberarse de las preocupaciones mundanas, es quien sólo se ocupa de la supervivencia y quien sueña sólo con el bienestar.
Completa la anécdota Aristóteles en su Política: «Como se le reprochaba por su pobreza lo inútil que era su amor a la sabiduría, cuentan que previendo, gracias a sus conocimientos de astronomía, que habría una buena cosecha de aceitunas cuando todavía era invierno, entregó fianzas con el poco dinero que tenía para arrendar todos los molinos de aceite de Mileto y Quíos, alquilándolos por muy poco porque no tenía ningún competidor. Cuando llegó el momento oportuno, muchos lo buscaban a la vez y apresuradamente, y él los realquiló en las condiciones que quiso, y, habiendo reunido mucho dinero, demostró que es fácil para los filósofos enriquecerse, si quieren, pero que no es eso por lo que se afanan».
Así demostró Tales cómo la observación y la contemplación nos brindan gran poder sobre el mundo. Pero también dio testimonio con su vida de que hay realidades más valiosas y gratificantes que la riqueza y el poder.
Estas y otras lecciones aprendemos cuando nos encaramamos a hombros de gigantes.
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Artículo publicado originalmente en LaSemana.es.
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