Guy Montag (interpretado por Oskar Werner) comete el delito de leer en Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966). |
Seguramente la mayoría de nosotros sólo hemos escuchado las palabras “rebelde” y “estudiar” en esta frase, u otra similar: «Ese niño -o adolescente, o joven- está un poco rebelde, no quiere estudiar». Esa frase es lo que se llama un tópico: algo que se repite, que todo el mundo repite sin pensarlo demasiado. Casi como una respuesta automática ante una situación estándar. Los tópicos suelen consolidarse porque explican suficientemente bien una realidad; pero no significa que la solucionen. El problema de los tópicos es que, como tópicos, empiezan a funcionar por sí mismos, desgajados de la situación concreta a la que se refieren y extirpados también del contexto intelectual en el que ese tópico era algo más que un eslogan.
Me detengo en explicar qué es un tópico porque es un caso que nos sirve bien para ilustrar el sentido de esta nota: «La rebeldía de estudiar». Porque si un tópico es una afirmación dominante e indiscutible, que todo el mundo repite sin necesidad de pensar y que lleva a todo el mundo a actuar exactamente de la misma manera, resulta que el acto de pensar o repensar los tópicos es un acto de rebeldía intelectual. Y el acto de denunciar y desarticular los tópicos que se han descubierto como falsos es ya una rebeldía social. Es, de hecho, uno de los actos de rebeldía por los que Sócrates fue condenado a muerte.
Para poder invertir el sentido del tópico «este adolescente está en una etapa rebelde, porque no quiere estudiar» por la sugerente propuesta de «la rebeldía de estudiar» hay que invertir el sentido habitual de dos conceptos: el de rebeldía y el del estudio o, por ser más precisos, el de la educación. En primer lugar, resulta que «rebeldía» ha mudado su valencia: pasó de significar algo malo a designar algo bueno. Eso sólo ocurre cuando la rebeldía tiene por objeto una causa justa o, dicho de otra forma, cuando aquello contra lo que nos rebelamos es malo. Como decía Gregorio Marañón, la rebeldía es virtud cuando es «una generosa inadaptación a las imperfecciones de la vida». En este caso, lo que implícitamente aparece como (muy) imperfecto es el conjunto de la sociedad o, como poco, el sistema educativo: resulta –ahí va el bombazo escondido en el titular de esta nota– que el actual sistema educativo desprecia el verdadero estudio.
No es éste el lugar de ejemplificar hasta el infinito esta última tesis de que nuestro sistema educativo no sólo atenta contra la creatividad (Ken Robinson), sino también contra el verdadero estudio –que, por cierto, es una de las actividades más creativas–. Basta que nos escuchemos hablar para cobrar conciencia de que esta inversión conceptual lleva operándose ya muchos años: «Estudiar es aburrido», igual que la teoría, mientras que «la práctica es divertida» (¿?), «Memorizar» es, en el mejor de los casos, «interiorizar», es decir, «meterse dentro cosas de fuera», «Los exámenes son un mal trago», «Lo importante sacar buenas notas, para poder elegir luego lo que realmente quieras hacer», etc. Estamos demasiado encostrados en tópicos sobre la educación que atentan contra el amor a estudiar. Incluso quien aprecia tópicamente el estudio lo hace de forma hipócrita, es decir, desmintiendo con su propia vida lo que dicen sus palabras.
Con lo dicho hasta ahora, sólo empezamos a desbrozar el terreno. «La rebeldía de estudiar» es una afirmación que me sugiere muchas preguntas.
La primera: ¿Cómo es la educación actual? ¿Un sistema de coacción socializadora para convertirnos en las baterías que necesita el Matrix para que funcione el sistema? ¿Un ámbito para la educación liberal que nos invita a salir de la caverna y pensar por nosotros mismos? Es difícil, en ambos planteamientos, pensar que el estudio en serio no es sino un acto de rebeldía contra la ignorancia y la manipulación. Lo que ocurre es que sólo en el primer caso el estudiante rebelde es alguien marginal, es decir, alguien que ha de luchar contra todo lo que le rodea para dejar ser esclavo y tornarse un hombre libre. ¿Estamos, en el actual sistema educativo –instituto y universidad– ante una situación en la que estudiar puede considerarse un acto de rebeldía?
La segunda: ¿No estaremos confundiendo la obligatoriedad y el derecho a recibir una educación básica con la obligatoriedad de plegar a todos los ciudadanos a sufrir un sistema educativo y unos criterios de evaluación demasiado rígidos? Porque si lo primero resulta un ideal irrenunciable, lo segundo quizá sea una forma de violencia muy sutil y encubierta. Dado que el sistema educativo se orienta fundamentalmente a que los estudiantes adquieran unos resultados de aprendizaje ya definidos y cerrados por las legislaciones de turno: ¿No sería el sobresaliente algo propio de esclavos, es decir, de los que mejor saben obedecer? ¿No sería el suspenso la nota típica del alumno con incipiente vocación de hombre libre, es decir, de aquel que, aunque aún no logra gobernar bien su propia vida, intuye que debe descubrir por sí mismo qué quiere hacer y elegir los mejores fines para alcanzar sus metas?
Y junto a estas preguntas, me surgen muchos otros temas, cuyo desarrollo dejo apenas esbozado con la esperanza de retomarlos en notas posteriores:
- La educación como rebeldía: Sócrates y la educación liberal
- El estudio como liberación de esa forma de esclavitud que es nuestra propia ignorancia
- La rebeldía sin causa es una acción violenta contra uno mismo y contra los demás
- Una virtud propia del espíritu joven: la rebeldía como orientación a lo valioso
- La educación como coacción socializadora al servicio del sistema: Matrix y la Caverna de Platón
- La rebeldía de estudiar como antídoto contra la manipulación social
- La rebeldía de estudiar frente a los reduccionismos de la vida (lo superficial, las ideologías, etc.)
- La rebeldía como reducción del anonimato y el estudio como adquisición de la propia personalidad
Referencias:
Algunas reflexiones de esta nota nacen de la lectura de Oliveros F. Otero, La educación como rebeldía, Eunsa, Pamplona, 1978. Según terminé de escribir, hice una búsqueda en Google sobre el tema y me encuentro con esta obra que no puedo dejar de compartirte: Gerardo Castillo Ceballos, La rebeldía de estudiar: una protesta inteligente, Eunsa, Pamplona, 1993. Acabo de recibirla en casa. Está estructurada como una conversación -más bien un monólogo- que el autor tiene con un estudiante adolescente, de entre 15 y 19 años.
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Este artículo pertenece a la serie #CrearEnUnoMismo, que complementa, en contenido y tono vital, aunque desde una óptica más general, la propuesta formativa que planteé junto con muy buenos profesionales de la formación para el desarrollo personal en el libro Coaching Dialógico.
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