The Newsroom cierra su primera temporada con tres posibles dimisiones. La más sonada, la del conductor del programa, Will McAvoy. Los motivos de esas decisiones mezclan aspectos estrictamente personales con otros profesionales, pero estos últimos parecen ser los más relevantes. Mejor dicho: los motivos profesionales, en este caso, resultan ser más hondamente personales que los no profesionales.
Al conflicto sentimental de Will se suma un varapalo profesional de primer orden: la portada de la revista New York le tilda de El más tonto. Llevaba un año tratando de hacer un buen programa, comprometido, independiente, riguroso… y sus colegas de otros medios le tildan de idealista, de quijote, de tonto trasnochado. El millonario presentador no sabe aguantar la presión, acaba hospitalizado y toma la determinación de abandonar el Periodismo.
The Newsroom 1x10. |
No deja de ser un juego narrativo digno de agradecer que sea una enfermera quien devuelva a Will el amor al Periodismo, quien cure su vocación malherida. La enfermera Cooper le cuenta a Will la historia de su abuela, que es la historia de varios millones de estadounidenses que, por culpa de una nueva ley, no podrán votar en las próximas elecciones generales. Esa injusticia le recuerda a Will por qué se hizo periodista, y al sanar su vocación sana también su cuerpo de inmediato: no será capaz de permanecer en cama ni un minuto más.
Esta secuencia nos recuerda algo muy importante para los periodistas: el motor de la profesión no puede ser el ego –lo que los demás dicen de nosotros-, ni tampoco las ideas o los argumentos –que no le convencieron para volver-. El verdadero motor de los periodistas está en los rostros de quienes padecen injusticias. Lo que mueve al buen periodista es velar por los derechos y las libertades de los ciudadanos. "Los otros", decía Kapuscinski, son la fuente y la razón de ser del periodista.
Tal vez esto parezca obvio. O tal vez suene idealista o quijotescto. Pero es verdad. Cuando el motor del Periodismo es el ego, el profesional se desfonda con facilidad. Cuando el motor de su trabajo son las ideas, desvinculadas de personas con rostros, nombres y apellidos, deja de ser periodista y se convierte en ideólogo.
La mejor forma de encajar los golpes y de mantener viva la llama de la vocación es olvidarse de uno mismo e imaginar, cada día, los rostros de aquellos a quienes servimos con nuestro trabajo.
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Este artículo forma parte del a serie "The Newsroom, una lección de Periodismo". En ese enlace puedes encontrar un índice con todas las entradas. También puedes consultar la etiqueta #TheNewsroom.
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