Restos del submarino Kursk, una vez rescatado del fondo de océano. |
«13:5…h. Está demasiado oscuro para escribir aquí, pero trataré de hacerlo a ciegas. Parece que no hay ninguna posibilidad, o un 10 o un 20 por ciento. […] Hola a todos, no desesperéis».
Son las últimas palabras anotadas por el teniente capitán de Navío Dimitry Kolesnikov a bordo del submarino hundido Kursk. La nota recoge la altura moral con la que aquel soldado afrontó sus últimos minutos, debatido entre la escasa esperanza de un rescate incierto y la casi certeza de que moriría encerrado en un casco metálico en las profundidades del océano.
Esas fatídicas palabras están grabadas en la memoria muchos marinos. Geordie Bunting, de la Marina Real Australiana, recordó la nota cuando el agua empezó a entrar por el caso de la sala de máquinas del Dechaineux. En sólo 10 segundos el agua comenzó a zarandearle de un lado a otro –como si estuviera en una lavadora- y supo que nadie (salvo ellos mismos) podría hacer nada por salvarlos. En la sala de arriba, varios marineros cerraron las entradas de agua accionando un control de emergencia, mientras que otros corrieron hasta la sala de motores y cogieron a Geordie de las solapas, casi inconsciente, justo a tiempo para cerrar la esclusa y aislar la sala.
La tripulación aumentó la velocidad y el ritmo de ascensión, tiraron todo el lastre posible, contuvieron la respiración y esperaron. El submarino no reaccionó. Todos recordaron a los 118 marinos rusos fallecidos tres años antes. Al poco tiempo, el submarino respondió a las medidas que tomó la tripulación. Poco a poco empezó a ascender. Una vez en la superficie, aún corrían el riesgo de que el submarino no aguantara las ocho horas de camino que les restaba para llegar a Perth.
Los investigadores determinaron posteriormente que si hubiera entrado agua en el submarino durante unos 20 segundos más, el casco y la tripulación se hubieran hundido hasta el fondo del océano Índico. En los pocos minutos en los que aquellos soldados ejecutaron su plan, actuaron con eficacia, inteligencia y solidaridad. Sólo hubo una cosa que no hicieron. Una cosa que, por cierto, les salvó la vida: no fueron a preguntarle al comandante qué tenían que hacer. Éste es otro buen ejemplo de lo que realmente significa ser responsable.
Jack Sparrow y Will Turner, pirata vs. marine
en la saga Piratas del caribe.
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Es verdad que también hay errores que matan. Pero una muy buena forma de evitarlos es permitirnos el lujo de equivocarnos cuando podemos hacerlo. Eso acelera el aprendizaje, nos cura del miedo de hacernos responsables de nuestras propias decisiones y nos prepara para acertar cuando no podamos permitirnos el lujo de equivocarnos.
¿Has identificado los lugares y personas con los que puedes permitirte el lujo de equivocarte?
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Este artículo pertenece a la serie #CrearEnUnoMismo y fue publicado por vez primera en LaSemana.es.
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